jueves, 19 de noviembre de 2015

la pandilla rota







Ahí estaba. Sentado en su sillón de terciopelo color sangre, en la abismada tarde de octubre, Poncio Pilatos, miraba con impenetrable intensidad la vasija de latón como si quisiera escudriñar los secretos de la gente en los mercados.  Las abolladuras, su comprensible degradación, su brillo opaco, mate, la nostálgica mirada se posaba cada vez más en ese objeto cotidiano cansado por tanto uso que le había dado en todos estos años y que continuaba acompañándolo como un familiar roto y decrépito.  Pero esta vez no podré lavarme las manos al tomar una decisión sobre un hombre acusado de no sé qué cosas que no encuentro delito alguno. Quedar bien con la secta? Echármelos de enemigos? Contradecir a Roma? Todos estos predicamentos le asaltaban su mente confundiéndolo cada vez. Atropellando su sensatez. En eso estaba cuando le vino de sorpresa esa lejana canción de cuna que le cantaba la mujer que lo atendía desde que nació en el barrio de Talava. Una incomprensible canción que guardaba ecos de una dulzura de mar y de cielo.
Y ese sorpresivo estado de atolondramiento de fugaces llamaradas y recordatorios descuidados ante tamaña decisión que debía tomar a más tardar mañana en la tarde después de la hora de los gallos, no lo pensó dos veces y mandó a llamar a su asistente, un joven griego que se le unió después de la batalle de Kalima un pueblito cerca de Macedonia de gente con más cara de hambre que de aspiraciones remotas sobre riquezas basadas en el oro. Un joven que le demostraba una diligencia y una finura infernal en sus quehaceres que él le mandaba a hacer sobre cosas de la administración de estos territorios conquistados por el imperio. Me voy a ir por las buenas. Por el lado correcto de la ley. Se le escucho apresurado por el pasillo que conducía a su escritorio. Entró mostrando una barba retecuidada y enseguida la expresión del amanuense “mande mi señor”.
Mira Agustión, tu sabes que tengo entre mis manos que tomar una decisión sobre ese hombre acusado por los israelitas, el que dice que es rey, el de los milagros etc. Bueno, quiero que me consigas toda la legislación romana y me saques un resumen de las cosas que me son útiles para tomar mi decisión.
Enseguida Agustión se puso a escudriñar toda esa papelería que guardaba una pequeña biblioteca a un costado del despacho de Poncio. Él sabía que esta era la oportunidad de oro para satisfacer al Cónsul de manera de quedar a la puerta de obtener la ciudadanía romana, ya que era un indocumentado feliz pero sin papeles y eso lo ponía en una posición de segunda entre los otros adláteres que formaban un cierto tipo de consejo de seguridad del Poncio. Era conocida la sagacidad de este muchacho, su meticulosidad y fruición ante misiones imposibles que acostumbraban a darle como casos más difíciles, “démoselas a Agustín”, pero así mismo él las resolvía a cabalidad desenfrenada.
Y así, fue tanta la  intensidad de la entrega para este trabajo que yo creo que no se dio cuenta que al final fue construyendo una nueva legislación con sorprendentes argumentos jamás vistos que empequeñecían las normas establecidas de una forma tan admirable que enseguida quedabas de acuerdo que así tenía que ser. Con recias verdades fue montando una retórica que daba gusto como si se abrieran todas las puertas de la sabiduría en un querer más y más. Era imposible, una vez que leías su perorata, desviarte de ese camino recto y silencioso imperturbable.
Oh, ya lo tienes? dijo Poncio. Si mi señor, espero que sea de toda su utilidad. Y quedó solo en su escritorio y comenzó a leer. Cada vez más se convencía que era un tratado insuperable que dejaba como bebé de pecho la otrora incomparable adusta normativa imperial, hecha por un montón de las mejores mentes sabias que contaba Roma. Pero que este chiquillo locuaz había partido en dos y obtenido semejante obra en el transcurso de apenas 24 horas, como si el dios jupiter le hubiera bajado a su escritorio y dotado de todas esas ocurrencias que le daban un cuerpo tan prístino y sólido que no había para más.
Enseguida, casi sin pensarlo, rubricó con su firma el documento para presentarlo ante el senado como si fuera suyo, con lo cual escalaría enseguida hacia el prestigio y todos no harían más que arrojarse a sus pies luego de leer semejante obra, que podría ponerlo en camino hasta convertirlo en el próximo Cesar, “y por qué no”,  pero también sabía que podría correr un poco de la sangre del autor original, caso que se saliera por la tangente diciendo que era él el autor intelectual y no Poncio de Talava. Envolvió el mamotreto en un papel manila mate y amarró con una lia haciendo un lazo meticuloso.
Creó que lo podría mandar cerca de la frontera con Persia, en el pueblito ese cuchitril donde la amapola burbulle por todos lados y la gente vive en una constante alucinación montados sobre sus pobres perros orinados y cagados por doquier. No hay agua, se la imaginan. Y con eso les basta. Podría asignarle para que represente el escriva que reúna los pormenores de la vida en ese tugurio. Le otorgaría la nacionalidad algo que el anhela como el que desea a la mujer más bella.
Les dijo a los del sanedrín que hicieran lo que les viniera en gana con el tal jesus pero que él tenía que partir hacia Roma en una misión incontenible que podría cambiar el rumbo de la historia romana y su estado en el universo. Estos lo miraron mal encarados y que cuándo volvería, que no lo dejarán solos con ese tamal. Y Pilatos les dijo no estoy hecho para atender casos de corregiduría como este que me presentan envuelto en ridículo papel periódico. Quiero que sepan que no me lavaré las manos, porque a partir de ahora me haré el sordo con este caso y para eso me llevaré mi platón mimado directo a la capital que otra misión inmensa me espera que me hará mirarlos desde arriba. La secta quedó atónita confundida mirándolo de arriba abajo comentando que hierbas ha podido tomar que le cambiase su talante de cónsul con su ropaje percudido y mal planchado. Y escupieron en el suelo.
Poncio le dio la espalda y monto en su caballo bayo donde a su mujer le gustaba verlo montado, pero como si él en verdad fuera el caballo montado encima de Poncio. Eran artilugios eróticos que su mujer practicaba que la hacían sentir tan satisfecha que no necesitara de Poncio durante meses.



Continua….

jueves, 5 de noviembre de 2015

3 DE NOVIEMBRE INDEPENDENCIA








Y preguntamos qué es la patria?

Victoriano Lorenzo en su caballo bayo a por la sabana abriendo surcos de libertad. Los ríos, las quebradas, el saino.. los llanos despiertos de la cholada. Resistiendo,  resistir, resiste..

Y seguimos preguntando qué es la patria?
A María Ossa en su portal empujando, que empuja abriendo los caminos, empujando, todo pudo ser esa mañana de noviembre, pudo ser eso que somos ahora, mujer, Sara ahondando en la espesura que nos dio cuerpo, historia, nombre..

Y continuamos preguntando qué es patria?
La hojalda haciéndose, el café humeando café, la tortilla changa en el carbón… la mañana esta plateada sobre la caña de azúcar, el barro de la tinaja reposando un ratito el agua fresca..

Y preguntamos qué es la patria?
El barrio y la pelota pica en la pared de la iglesia:  pic..pic… y tu abuela a las seis te grita:  “pasa pa dentro”  y  preguntamos qué es la patria…

Y otros preguntan qué es la patria?
El arado en la tierra, la tierrita al lado de la montaña verde, el tambor, socavón de alegría un lamento, pollerón extendido en el monte de capisucias, un madrigal, un ojua…!!  y el viento airea la quincha…

Y preguntamos qué es la patria
La ciudad, la city esparcida de malls, condominios, la ciudad rabiblanqueándose en extinción, (“ya no eres mío idolatrado Ancón”)  tirando más allá al bullicio popular, su desorden vital alejándose, lejos, allá nostalgia, city que me emputa, pero que amo…

Y continuamos preguntando qué es la patria?
Y la flecha nos atraviesa de mar a mar.. nos atraviesa la ruta de otros, los destinos acalorados de historias de pueblos nos atraviesan de mar a mar, y los atravesamos a ellos con mano extendida… de hermano a hermano…

Y aun preguntamos cómo es la patria?

La patria que nos asfixia y nos respira
La patria

la pregunta infinita

a morales cruz