martes, 21 de diciembre de 2010

breve historia de la poesía desde un avión


La poesía es un misterio, dice Montale. Tanto para el que la hace como el que la contempla. Para gustos los colores…Todo depende desde como la vea cada quien desde el avión donde este montado. Donde a unos los sobresalta, otros dormiran aburridos como los limones; a otros les causará vomitos y unos, los más lejanos, les dará un sensación que se les llena la panza de tanta emoción… y así…
“la experimentación es un experimento que salió mal” William Burrough.
Una cosa es lo que la poesía puede hacerte pensar que es, y otra cosa que te la creas. Desde ese punto la poesía es un gato.

Se nota que estoy preocupado, no? Esta mañana sucedió.
Estoy ido pensando todas estas cosas que describo como si elaborara un estudio pormenorizado de los que presentan en convenciones y clubs de intercambios de ideas e impresiones en general. Estaba en la parada porque fui a coger el autobús para el trabajo. Y los otros que estaban conmigo 2 o tres tipos o tipas escucharon un descontrol de metales, según dicen. Yo olvidado y absorto en mis cavilaciones y pensamientos de una arquitectura jónica o barroca por su nivel de detalle, solo sentí una frialdad como cuando se va el verano por una puerta que abre el cielo azul cuando avisa que viene entrando el invierno con sus largas patas pálidas y temblorosas por razón de comer viento helado parecido a los temas ultratumbas, hasta que desperté en una camilla y el uuú de la sirena haciendo así como hacen las sirenas practicando un lenguaje universal, para que entendamos que alguien chorrea sangre o esta a punto de convertirse en un cadaver pálido como los jinetes. Y así me llevaron al hospital más cercano. Rocé la puerta de vidrio grueso con mi dedo índice, estoy con la cara de lado lo que me limita a ver solo de la cintura para abajo a las personas que pasan, la mayoría de blanco, tu sabes con esos zapatos pintados de blanco sobre un piso requete lustrado una y otra vez, hombre! quise decir trapeado. Y puedo ver una piernas con medias blancas, las piernas que ahora me recuerdan a las de mi tía que siempre quise morder, que extraño, me digo que soy. Ella murió hace más de un año y la vengo a recordar de esta manera asombrosa y por desgracia… caigo en cuenta que estoy en la sala de urgencias. Me ponen de espalda y la siento desgarrada. Su sangrado es un desastre el dolor se ha escapado de boca por la ventana, de tanto dolor. Yo sigo viendo de lado. Las cosas de la mitad para bajo son mi campo visual. Quisiera tenerte cerca para verte de la mitad hacia abajo como he dicho que esta mi campo visual. (estas dos últimas palabras son una deliciosa imagen que me dan ganas de utilizar siempre, hasta para pedir que me pasen la sal, la usaría una eternidad). Otra vez estoy ido viendo el cromo de las camillas con ruedas anchas y algo así como un doctor (lo analizo por la extremidad de la bata gruesa y bien planchada de un blanco impecable, inolvidablemente impecable cuando veo que se mete al bolsillo un rumo de ampolletas, gasas, frasquitos de penicilina, todo tan furtivamente que intuyo lo esta robando porque al paso que va, no quiere que le vean sus gestos pero mi campo visual puede ver, le puedo captar que todo es a escondidas. Presiento que lo roba para su farmacia o tendrá algún retén en la carretera donde venderá al menudeo sal Andrews, pildoras para dormir y otros implementos de salud. Le irá muy bien en el negocio, intuyo. Nunca le pude ver el rostro. Aún asi me interrogan en un salonsón de la estación de policia como si fuera un testigo clave. No han tenido compasión, de verme como me veo, y llevo horas viendo fotografías de ladrones y homicidas. En esos cartapacios que parecen albumes. Estoy hastiado de sentarme en este banco de madera escuchando saludos militares y el olor de tela planchada me da una corazonada: que los hospitales y las comisarias son familia o primas.

A. Morales Cruz