Hacer poesía es como si apareciera alguien muerto debajo de tu cama. Una sospecha de algo. De alguien que está cavando túneles para salir a la otra calle, porque quiere escapar, sólo quiere encontrar un sitio donde detenerse por un momento, sin agentes de tránsito, sin preguntas sin llenar formularios o renovar pasaportes. O lo que harían ex escoltas intercambiándose secretos de estado. O el ánimo que uno tiene cuando sufres un despido y quieres crear un movimiento popular, reivindicar al Che, al marxismo y al final todo pasa como en diapositivas…
La poesía como espacio de exploración es súper intolerante como la azafata ésa de Iwazaki súper ordinaria con su colonia barata… Pero al revés: no tolera la intolerancia... (ves, estos son los juegos de palabras y ya puedes publicar tus libros y armar entrevistas sobre el estado de la literatura y lo que te costó escribir tus cuatro novelas y dos libros de poesía. Nadie te dice nada, sólo te aplauden. Piensas que escribes sobre el escritorio de García Márquez. Te ven, no te miran…)
La poesía como espacio de exploración es súper intolerante como la azafata ésa de Iwazaki súper ordinaria con su colonia barata… Pero al revés: no tolera la intolerancia... (ves, estos son los juegos de palabras y ya puedes publicar tus libros y armar entrevistas sobre el estado de la literatura y lo que te costó escribir tus cuatro novelas y dos libros de poesía. Nadie te dice nada, sólo te aplauden. Piensas que escribes sobre el escritorio de García Márquez. Te ven, no te miran…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario