No aguanto más y no puedo
hacer nada.
Si me voy, me moriría.
Cualquiera póngase en mi
lugar,
soy hija de nada, no tengo
hermanos
ni nada en que apoyarme…Y
me envidian mi tonta belleza
artificial de aro y
hojalatería
preciosura que acá, entre
tantas luces y
guirnaldas, es como la de un
renacuajo.
Y estas tontas me envidian,
pobres,
merecedoras son de lástima,
no tienen vianda
y están dos escalones
mentales debajo
de mí que no llego ni a tres.
Aun así, estoy en desacuerdo
con Humberto,
ningún motoquero daría en el
blanco conmigo.
Y así, es verdad, no soy la
ladrona de ladrillos
que construye su casita en un
pueblo muerto
del Conurbano, sin luz, ni
gas, ni agua.
No señor, me llamo Romina,
tengo 18
años, soy vendedora del Once
y me hago cargo
como puedo de esta fantasía
real alucinada:
delante de la vidriera la
dueña soy yo.
Yo vendo para mí.
Sí, me encanta que les pongan
bombas a estos
judíos platudos. Ojalá le
pongan una al local
donde estoy y que volemos
todos a la mierda.
¡Qué plato sería! Salir en el
noticiero hechos mierdas por judíos.
Yo los re denuncio, salgo
diciendo que no tengo hora de almuerzo
y que trabajo hasta las diez
de la noche.
Los mando al frente, si quedo
viva, claro.
De 8 a 10, corrido.
De 8 a 10, la sepultura.
De 8 a 10, el bajón total y
la entrega absoluta.
Pero, ¿qué puedo hacer?
Si me voy, me moriría.
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