martes, 17 de mayo de 2011

GASOLINA



que yo recuerde, eso lo dije una vez ya hace tiempo, … si hay algo que me gusta es el olor de la gasolina… La primera vez que fui a una gasolinera en la esquina de calle 32, me dieron verdaderas intuiciones de que siempre me gustaría ese olor metálico que penetra todos los demás olores del mundo. El olor de la gasolina se fue conmigo para siempre. No lo pude entender muy bien, nunca, pero era imposible evitar su retorno cuando subia una cuesta o bajaba hasta las casas que están construyendo en el malecón. Ni la brisa del mar pudo cambiar la influencia filosa de la gasolina cuando fluye de la manguera y hace espejismos en el piso. Pensé que su olor penetrante podría ser capaz de cambiar mi sentido motriz y prestidigitar cualquier cosa…
Avanzar sobre el aire, irme y también regresar. Una alucinación estable sobre los poderosos emprendimientos de la vegetación cuando la arranca una oleada de lodo y desperdicios de comida y plástico. Mi padre tenía un carro que siempre estaba descompuesto. Por lo general, yo iba en el asiento de atrás, por lo que me ensimismaba cuando se detenía a tomar combustible y una vez más me daba el chance de llevarme ese olor primero que todavía me persigue como un perro al hueso y que haría cualquier cosa para que no desapareciera…
okey, pero a veces pienso… qué tal si todo esto resulta falso?






Imagen y texto A. Morales Cruz